domingo, 18 de abril de 2010

6,7,8. ¿El huevo o la gallina?


Persiste una idea de origen (neoliberal por cierto): los medios lo son todo. Sin embargo, sólo son medios. Ahora el debate: en última instancia, el programa de la televisión pública argentina 6,7,8 no convoca por sí mismo sino que es el resultado de la convocatoria que proponen los sujetos tangibles más activos del escenario político.

Por Víctor Ego Ducrot

En el caso que nos ocupa, la interpretación de la vieja pregunta - qué fue primero, si el huevo o la gallina - nos remite al campo tan necesariamente debatido del rol que cumplen y deberían cumplir los medios de comunicación en una sociedad con mecanismos democráticos de profundidad y densidad participativa. Sobre el escenario concreto de la actualidad argentina y en particular respecto de la irrupción del programa “6,7,8”, que se emite en forma diaria por el Canal 7 de la televisión pública, quizá convenga deslizar un puñado de ideas críticas, abiertas al debate y a la refutación.

Se trata de un emprendimiento comercial a cargo de un exitoso empresario privado del sector, que provocó una verdadera conmoción mediática, tras unos pocos meses de salida al aire.

Con una cuidada y meticulosa producción periodística, apoyada sobre el formato tradicional de la mesa panel, casi a imagen y semejanza de los programas dedicados a los chimentos de la farándula, y con ajustada utilización del humor, “6,7,8” utiliza un paradigma televisivo hegemónico y recurrente de la denominada “tele basura”, pero con un giro discursivo de 180 grados: democrático, defensor del gobierno constitucional y de los derechos humanos, y de ácida crítica a la cerrada corporación mediática privada, obstinada en jugar como pivote de las políticas desestabilizadoras de la derecha. Una prueba de esa acidez es el éxito que tuvo su consigna caballito de batalla “somos la mierda oficialista”

“6,7,8” y otros programas del Canal 7 pasaron a ocupar un lugar de privilegio en las mediciones de encendido y audiencia, dato que casi todas las consultoras privadas prefieren ocultar, pues sus espacios de negocios siguen perteneciendo a la órbita de las corporaciones oligopólicas.

En el marco de la polémica colectiva abierta tras la obstaculización de la nueva Ley de Medios por parte de elementos fascistas que sobreviven en el Poder Judicial argentino, que operan a pedido de las corporaciones para frenar una ley democratizadora del ámbito radioeléctrico, el programa “6,7,8” multiplicó su audiencia, provocó la articulación discursiva con parte de ella, a través de la red Facebook, y convocó a más de una movilización callejera, la última con miles de personas la semana pasada alrededor del Obelisco de Buenos Aires, en reclamo de la plena vigencia de la Ley y con un marcado tono de apoyo al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

La eficacia del programa en la disputa por los sentidos, hegemonizados por las corporaciones oligopólicos, es contundente. Lo reconoció el mismo jefe de Gabinete de la presidenta, Aníbal Fernández: “reivindico de corazón la presencia fundamental de “6, 7, 8”, “Duro de Domar” y“Televisión Registrada”, gracias a los cuales no estamos más solos, estamos discutiendo de igual a igual”, dijo.

Los otros dos ciclos mencionados por el ministro pertenecen a la misma productora y son emitidos por canales privados. “Duro de domar” es un programa dedicado a la farándula, en el que por primera vez en ese formato aparecen discursos claramente favorables al campo democrático, y “Televisión Registrada” tiene una larga trayectoria como espacio dedicado a la crítica satírica de la propia televisión.

El fenómeno “6,7,8” como agente movilizador por fuera de los ámbitos mediáticos, en las calles, cuenta con un antecedente de mucha envergadura en Ecuador, durante el levantamiento popular contra el presidente Lucio Gutiérrez.

El 27 de abril de 2005, la agencia ALAI publicaba un artículo de Eduardo Tamayo que decía lo siguiente: “en la revuelta de los ‘forajidos’ de Quito, que dio al traste con el régimen de Lucio Gutiérrez, participan sobre todo sectores juveniles y mujeres de clase media. El movimiento asumió el término “forajido”, como identidad y desafío al poder, luego de que el ex presidente Gutiérrez calificó con este término y amenazó con enjuiciar a un grupo de ciudadanos que concurrió a su residencia a hacer un escrache (…). En la tarde del 13 de abril, luego del paro a medias de la ciudad de Quito y la provincia de Pichincha, convocado por las autoridades, y ante las declaraciones de Lucio Gutiérrez agradeciendo al pueblo de Quito por respaldarlo y no haber participado en el paro, la gente sugirió realizar un “cacerolazo”, utilizando como medio facilitador a la Radio La Luna. Los ciudadanos/as decidieron, además, autoconvocarse a una concentración en la amplia Av. De los Shyris, ubicada al norte de Quito. Esa noche se reunieron más de 5000 personas, iniciando una serie de manifestaciones en diversos lugares de la ciudad y del país, que duraron siete días con sus respectivas noches y fue el factor determinante para la salida de Gutiérrez, quien huyó y se exilió en Brasil”.

En ese mismo artículo se concluye que Radio La Luna pudo desempeñarse como sujeto “facilitador” de las movilizaciones debido a la eclosión del siguiente escenario, sobre el cual se movían actores políticos y sociales tangibles: “desde sectores de izquierda y nacionalistas, se veía a Gutiérrez como un aliado incondicional a Estados Unidos en la implementación del Plan Colombia, la negociación del Tratado de Libre Comercio y la apertura a nuevas inversiones norteamericanas sobre todo para la explotación petrolera. La embajadora de Estados Unidos, Kristy Kenny, visitaba con frecuencia las zonas de frontera e incluso cuarteles policiales y se entrometía en la política interna del país. El Ecuador, igualmente, se convirtió en una prioridad de la política norteamericana para la región, en función de contener la insurgencia colombiana. Los jefes del Comando Sur de Estados Unidos llegaban al país con mucha frecuencia. Desde los movimientos sociales, había descontento por la profundización de las políticas privatizadoras en las áreas del petróleo y la seguridad social y el pretendido recorte de derechos laborales. También cuestionaban el sometimiento del Ecuador a las órdenes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, que exigían mayores recortes en el presupuesto del sector social con el fin de asegurar fondos para cubrir el pago de la deuda externa”.

Seguro que entusiasmados por la eficacia de su aportes como claras fisuras al orden comunicacional impuesto por las corporaciones oligopólicas, desde el panel de “6,7,8” y entre sus seguidores surgieron voces para poner el acento sobre el carácter convocante del mismo, e incluso en el sentido de que el programa estaría subsanando las deficiencias del gobierno a la hora de comunicarse con la sociedad.

Al respecto, quizá convenga debatir las siguientes consideraciones.

En primer lugar, y tras incluir al Estado en ciertas circunstancias en el segundo factor del siguiente principio – ecuación, “la capacidad de influencia de los medios hegemónicos es inversamente proporcional a la capacidad de movilización de las organizaciones populares en términos políticos y sociales, debería contemplarse la posibilidad del siguiente panorama: fueron las políticas de Estado enderezadas por el gobierno nacional, en sintonía con reclamos sentidos por amplios sectores de la sociedad, las que crearon las condiciones para la movilización social, la que no fue convocada por “6,7,8” sino que el programa de TV surgió como destacado “facilitador”.

Entre esas políticas de Estado figuran: potenciar en presencia y calidad al propio Canal 7 y otras emisoras públicas, tanto de radio como de televisión (el canal cultural Encuentro es un ejemplo); el programa y producción “Fútbol para todos”; promover con decisión el establecimiento de una nueva Ley de Medios y acompañar a los organismos de derechos humanos en la investigación del caso Ernestina Herrera de Noble (principal accionista del Grupo Clarín y sospechada de responsable de crímenes de lesa humanidad) y, sobre todo, el programa Asignación Universal por Hijo, que moviliza miles de millones de pesos en pos de la inclusión de millones de niños, con resultados tales como el incremento en un 25 por ciento de la matrícula escolar en el sistema de educación pública y gratuita.

Respecto de la segunda cuestión puesta a consideración, “las deficiencias del gobierno a la hora de comunicarse con la sociedad”, no viene al caso afirmar que el Ejecutivo nacional siempre comunicó bien, porque muchas veces se equivocó. Se trata de acordar sobre cuáles son las herramientas comunicacionales esenciales de un gobierno, de un Estado.

¿Lo son acaso las estrategias y los programas de ejecución de sus expertos en comunicación? Sin duda son importantes pero no son las herramientas decisivas. Estas últimas pasan por las políticas de Estado en consonancia con las expectativas, las necesidades y los deseos de las mayorías populares, entonces en sí mismas eficaces comunicadoras y movilizadoras.

Una vez tomadas las decisiones es importante que sean divulgadas con eficacia –la campaña sobre el segundo Centenario y otros cortos que apoyan a “Futbol para todo” son una ejemplo de ello-, pero la naturaleza comunicacional última radica en el contendido preciso de las políticas de Estado adoptadas.

Esta diferenciación no es meramente una cuestión de matices ni una letra chica de apreciación política. Se inscribe en un debate que debe darse a fondo en el campo de la comunicación social, en el sentido de revisar su paradigma hegemónico, más allá de que el mismo contenga y posibilite discursos “progresistas” y de izquierda: la comunicación y sus medios como fetiches.

Ese proceso de fetichización, incrustado por cierto en los programas de estudios de las carreras de comunicación y en las preceptivas de la profesión de comunicador-comunicadora , es el que condujo a privilegiar el proceso técnico específico respecto de los sujetos tangibles, los propietarios reales de la palabra, del signo..

Semejante mecanismo de distorsión no solo prohijó la consagración metafísica de los comunicadores en el seno del Estado, de los gobiernos, sino que, y con efectos de mayor gravedad, legitimó el rol omnipotente de la corporación mediática, expropiadora de los espacios públicos como escenarios naturales de la práctica política y social. Así fue el Grupo Clarín pudo potenciar a un político “de izquierda” como el diputado Fernando Solanas, cuando constató que el discurso de este resultaba funcional al objetivo estratégico de la corporación: golpear al gobierno nacional.

Por consiguiente, es probable que haya que relativizar el carácter estratégico de la batalla mediática, quizá ubicándola como cuestión táctica de primera magnitud y ubicar en el centro de la escena a los sujetos de carne y hueso en las calles, en “la plaza pública y corpórea”. Una vez más qué fue (y es primero): ¿el huevo o la gallina?

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